Orar es silenciar nuestro yo para que Cristo
nos descubra quiénes somos pronunciando nuestro nombre desde sus labios
de resucitado. Es dejarse dar sentido por la Vida, es dejar que su
palabra camine hasta nuestros oídos para penetrar en nuestro interior y
remover la piedra con la que nuestro egoísmo sella nuestro corazón. Mi
nombre en su corazón y su corazón en mi nombre.