De cara al trabajo apostólico hay un silencio muy necesario: el silencio de los méritos y frutos.Como instrumento debo quedar en el anonimato. Es Dios quien hace posible los frutos: a Él pertenece todo el mérito. Y es cada alma la que, después de una gran lucha, se ha dejado modelar por Dios: a ella pertenece el mérito de la respuesta. Y al instrumento, ¿no le pertenece nada del éxito? Sí, pero no el éxito de los frutos o el éxito de la respuesta, sino el éxito de haber sido puente, pasarela. Y ¿cómo saber si ante los frutos apostólicos me limito a ser puente o voy más allá?
Ofrezco dos puntos de respuesta y de examen. En la medida que haga silencio de alabanzas y reconocimientos ¿Espero alabanzas y reconocimientos por el trabajo que realizo? Si es así, significa que usurpo el lugar de Dios al considerarme causa de los frutos alcanzados. En segundo lugar, en la medida que haga silencio de frustraciones y fracasos ¿Cuándo no hay frutos, me siento un apóstol fracasado y frustrado, me desanimo? Si fuera así, significa que tomo el lugar de las almas, pensando que la respuesta a la acción de Dios depende de mí.