¡Cuántas
veces el desgarro! que suponen la ofrenda y la siembra, tanto que hasta
nos puede hacer pensar si será inútil, pasado el tiempo, produce el
himno de alabanza y la experiencia de la generosidad de Dios!
Es bueno dejar actuar a Dios en el alma,
que el Espíritu, en el silencio y la oscuridad de la noche elabore el
fruto. Son horas inciertas, difíciles, porque la mente aventura la
posibilidad de desgracia, de esterilidad y de pérdida del esfuerzo.
Se nos pide la confianza.
Por nuestra parte, ser tierra profunda que guarde la semilla de la
Palabra. Por parte del Espíritu, que fecunde nuestra esperanza, y nos
permita el aliento de los frutos. El Consejo del Apóstol es oportuno:
“Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo
nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin
verlo, guiados por la fe” (2Co 5, 6).